Recordado narigón, la primera carta a Juan António - Cartas a Juan António
投稿者: Luder
Resumen
MADRID 3 DE MARZO DE 1953
Sr. Juan Antonio Ribeyro
Recordado narigón:
Es la una de la mañana aquí; es decir, la hora en que habiendo acabado de comer y habiendo fumado un cigarrillo, la gente se dispone a terminar agradablemente la noche. Unos se van al cine; otros, a la calle a tomar un café o “chato” de vino; otros en el salón del colegio arman el tablero de ajedrez o disponen las fichas del dominó; otros, en cambio, como yo, un poco aburridos tal vez por rodar aquellas triviales preocupaciones, se recluyen en su dormitorio y, con un libro abierto o una carta por escribir, esperan pacientemente la hora del sueño.
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Recién hoy, contestando a tu extensa y magnífica carta, porque quería ponerme al día con el Perú y con Madrid una hora tarde y soñolienta, te escribo.
Peruana ante la boliviana. Cuando me lo dijeron aquí unos bolivianos confusos, no lo creí. En la embajada, como de costumbre, no sabían nada al respecto. Por fin, un recorte de periódico recibido hoy con la gravedad funeraria de sus letras de molde, disipó las últimas dudas que me quedaban. Espero que frente a Ecuador y Chile, contra quienes ya debemos haber jugado, nuestro equipo se haya rehabilitado. Tengo una secreta confianza, pero muchas veces esa confianza me ha sido traicionada. Es cierto que la selección ya no me inspira confianza. Pero muchas veces esos jugadores anónimos y mediocres son los que hacen la historia deportiva, y un mal comienzo puede ser augurio de un exitoso final. En fin, estas son solo conjeturas nacidas al calor de ese nacionalismo exagerado que brota en el viajero cuando se encuentra en un país lejano y le hace preguntar la bondad de sus mujeres, sus cigarrillos o su fama, y hasta de sus gobernantes.
Los encargos que me haces respecto a libros de culturas orientales y libros de óperas aún no los he cumplido, pues estoy esperando que un amigo mío colombiano y erudito, gran conocedor de las libertades de viejo; liquide la gripe que lo tiene en cama y se decida a acompañarme. (Siempre y cuando la gripe no lo liquide a él, pues Charitas, que también está con gripe, hace diez días que permanece en cama con inyecciones diarias de penicilina y esperan días cada vez menos consistentes de poder levantarse). Me encarga que llames a su mamá, la saludes y le digas que hasta que no viaje a Barcelona no le podrá escribir, pues necesita ver las cartas que le deben haber llegado a dicha ciudad a fin de poder contestarlas.
Mi mamá dice que se extraña de no recibir carta mía. Quien se debe extrañar soy yo, pues hace más de diez días mandé un voluminoso sobre conteniendo mi reportaje a Vicente Aleixandre y, además, carta para ella, para Jorge y una tarjeta para Manzanedo. ¿Qué pasa con eso? ¿No lo han recibido aún? Me preocupa sobre todo por el reportaje, pues no tengo copia de él.
Mi artículo sobre Madame Bovary preferiría que no se publicara. Es muy deficiente. Me doy cuenta de sus defectos, de su falta de solidez, necesitaría complementarlo, ahora que tengo libros a la mano. Dile eso a Tucellly y propónle más bien la publicación de tres breves cuentos de veinte líneas cada uno, escritos bajo el mismo impulso, y que en caso afirmativo enviaré.
¿Qué hay de los premios nacionales? Por aquí se rumorea, para novela los nombres de Zavalleta y Vargas Vicuña; y para poesía el de Charitas. Necesito que averigües discretamente quiénes se van a presentar este año al cuento, novela y todas las condiciones del concurso. Es decir: plazo, número de copias, etcétera. Si el ambiente es favorable pienso presentarme.
He tenido oportunidad de ver aquí a Amorote, nueva figura del foro español y H. Segura (todos peruanos y taurófilos) al pueblo de Chinchón, donde se realizaba una corrida de toros. Fue un espectáculo extraordinario. Como todos los pequeños pueblos de España, Chinchón está construido en función de su plaza de toros. Todas las calles convergen en ella, y todos sus habitantes estaban esperando la corrida desde los ángulos más inverosímiles: subidos en arretas, colgados de los árboles, trepados en los campanarios y escalonados en los cerros.
Tuve oportunidad de ver aquí a Amorote, nueva figura del foro español que se perfila como un artista extraordinario. A la serenidad de Manolete une la gracia de Bienvenida, la valentía de Procuna, la destreza de Ortega y la estampa de Luis Miguel. ¡Un fenómeno!
Me acaban de quitar la máquina de escribir. No puedo seguir porque mi lápiz piceo está malogrado y, además, no tengo tinta. Perucho, Vallejo, Londres. Recibo una tarjeta suya en la que decía: “Llegué, vi, comí, dormí”. Tres cosas que parecían imposibles.
Hasta pronto.
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Esta primera carta de Julio Ramón Ribeyro a su hermano Juan Antonio, escrita en Madrid durante sus años de juventud, inaugura el tono íntimo, reflexivo y humano que recorrerá toda su correspondencia. Es la voz de un escritor que, lejos del Perú, se debate entre la rutina del estudiante pobre, la nostalgia de su país y el descubrimiento de la vida europea.
La carta empieza en una hora tardía —“es la una de la mañana aquí”—, detalle que nos sitúa de inmediato en la soledad de su cuarto, donde la escritura se convierte en conversación. Ribeyro retrata con precisión el ambiente madrileño: los compañeros que juegan dominó, los que salen al cine, y él, el solitario que prefiere encerrarse a escribir. Desde el inicio asoma la mirada del observador melancólico que caracterizará toda su obra.
En el cuerpo de la carta aparecen tres líneas que se entrelazan: la cotidiana, la literaria y la emocional. Habla del fútbol peruano con humor y desencanto (“la selección ya no me inspira confianza”), de los libros y los concursos literarios (“si el ambiente es favorable pienso presentarme”), y de los pequeños contratiempos de su vida: la gripe de su amigo, la carta que no llega, la máquina de escribir que le quitan. Todo se combina con un tono entre irónico y resignado, revelando su constante lucha entre la vocación y las limitaciones materiales.
Resulta reveladora también la mención de Madame Bovary, pues en su comentario sobre su propio artículo (“preferiría que no se publicara”) se advierte ya su severo juicio sobre sí mismo. Ribeyro no busca impresionar, sino aprender, corregir, perfeccionarse. Esa humildad crítica lo acompañará siempre.
La carta termina con humor y cansancio: “Llegué, vi, comí, dormí. Tres cosas que parecían imposibles.” Con esta frase, entre cómica y filosófica, cierra una página de vida que resume el espíritu ribeyriano: ironía, lucidez y ternura.
Es, en suma, una primera muestra del Ribeyro epistolar: el que escribe no solo para comunicar, sino para pensar, para sobrevivir y, sobre todo, para mantener encendida la conversación con su país y su familia desde la distancia.
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