Lima, 11 de abril de 1950
Se ha reabierto el año universitario y nunca me he hallado más desanimado y más escéptico respecto a mi carrera. Tengo unas ganas enormes de abandonarlo todo, de perderlo todo. Ser abogado, ¿para qué? No tengo dotes de jurista, soy falto de iniciativa, no sé discutir y sufro de una ausencia absoluta de «verbo».
Dudas sobre el futuro
Así inicia La tentación del fracaso, los diarios de Julio Ramón Ribeyro. En esta entrada del 11 de abril de 1950, el autor peruano se muestra profundamente desanimado y escéptico respecto a su carrera universitaria. Confiesa sus ganas de abandonarlo todo y su falta de vocación por el Derecho, un reflejo temprano de la tensión entre sus deberes sociales y su verdadera pasión: la escritura.
Este comienzo establece el tono íntimo y honesto que recorre todo el diario. Ribeyro no oculta sus inseguridades ni sus derrotas, sino que las convierte en materia literaria. Desde este punto de partida, La tentación del fracaso se erige como una de las confesiones más lúcidas sobre la fragilidad del artista frente a la vida práctica y la búsqueda de sentido a través de la palabra.
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