Extendido en la cama observo los dedos de mis pies y me digo qué poco contacto e interés mantenemos con algunas partes de nuestro cuerpo.
Nosotros prestamos atención normalmente a nuestra cara, a nuestras manos, a nuestro sexo, a nuestra musculatura o nuestra línea, pero los codos ¿quién se los mira?; ¿la nuca?; ¿las corvas? Y los dedos de los pies que, ahora descubro, son curiosos, hasta feos diría, pero dotados cada uno de una fuerte individualidad, independientes a pesar de su agrupación, móviles y desdeñados.
La costumbre del calzado ha modificado su función o mejor dicho la ha anulado y la conducirá probablemente a la atrofia total. Presos en los zapatos, vida carcelaria de algo que fue antaño tan útil para nuestra especie.
¡Qué injustos somos para con ellos y cómo deben sentirse postergados, olvidados! Por ello a veces se vengan con callos o uñeros. Y nos recuerdan así que todavía existen.
Fuente: La tentación del fracaso, 24 de junio de 1977
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