ASEDIOS A JULIO RAMÓN RIBEYRO

Aunque todavía no hay claras reseñas en revistas y diarios, hace ya algunos meses que circula Asedios a Julio Ramón Ribeyro (Lima: Universidad Católica, 1996), la primera antología de estudios críticos sobre la obra literaria de Ribeyro, agrupados con algunos textos suyos, autobiográficos o no, cuyo conjunto forma un abanico de juicios sobre temas puntuales respecto a su dedicación al cuento, a la novela, al teatro, al ensayo, a las notas autobiográficas y a sus diarios íntimos.

Ya era hora de que se publicase este volumen donde la variedad de los enfoques es fruto de las múltiples actividades de Ribeyro. En otra parte, hace justamente un año, dije en público que, pese a conocer a mi colega desde nuestros comienzos literarios, él me sorprendió con los resultados de su carrera. ¿Por qué? Pues porque, en su juventud, Ribeyro parecía muy informal, indisciplinado y bohemio como para suponer en él, con los años, un enorme enriquecimiento cultural y una disciplina literaria que inclusive lo llevarían a un modo enciclopédico de ver las cosas, pues su actitud escéptica, agnóstica y satírica tiene ahora un largo sustento en una metódica (aunque no académica) formación humanista. En verdad, fue casi un autodidacta (pasó muy pocos años en la universidad), quien leyó y cultivó las artes literarias y el ensayo con verdadera delectación y dominio.

Sin embargo, al reflejarse esas facetas en las páginas de esta antología crítica, descubro varias ausencias. Los editores Ismael P. Márquez y César Ferreira han desechado artículos sobre los primeros cuentos de Ribeyro, los recogidos por Jorge Coaguila. Si se desconocen esos textos, los juicios críticos posteriores se hacen menos válidos. El primer Ribeyro, influido por José Ingenieros y El hombre mediocre (ver La vida gris), o por Poe y Kafka, no está estudiado, ni tampoco el permanente vaivén entre dos clases de cuentos, los emotivos y violentos (Scorpio o Los gallinazos sin plumas), frente a los evocativos como Los eucaliptos; este vaivén no concluye, como supone la mayoría de críticos, con el triunfo del Ribeyro abúlico, impersonal o neutro, sino que de modo periódico hay una sublevación de esos textos violentos frente a los apáticos. En resumen, por un lado, están relatos como El próximo mes me nivelo, y por otro los semejantes a Silvio en el rosedal, este último con el brillo de un personaje-pensador (tampoco estudiado), en quien la interrelación entre ideas y actos hilvana el texto. No olvidemos, pues, que frente al tema del "poder" y la "subordinación", gozado por los críticos, hay otro que la insubordinación y la violencia, encarnado, por ejemplo, en Las botellas y los hombres.

Otros olvidos son los de no reunir artículos de Julio Ortega y James Higgins sobre los cuentos. No hay razón para esas ausencias. Y tampoco merece silenciarse el artículo de Marco Aurelio Denegri sobre La caza sutil; si bien es duro y a veces lapidario sobre ciertos defectos del estilo de Ribeyro, hubiera compensado los elogios de Adolfo Javier Cisneros.

La segunda sorpresa que me produjo la obra de Ribeyro y que también confesé en público, fue su extremado pudor, sus sonrojos al evitar el tema del amor carnal y sexual, al revés de lo hecho por todos los demás miembros de la generación del '50. En Crónica de San Gabriel hay un atisbo erótico, nunca plenamente sexual; al contrario, el protagonista Lucho huye ante los avances de Leticia. ¿Por qué? Porque reservó el amor y sexo plenos para sus diarios íntimos; sólo en ellos trata a Mimí y a la llamada C. como personas reales (como son, en efecto) y no como personajes literarios.

En fin, estas son breves reflexiones, obligadas por el estricto espacio aquí disponible, que luego serán ampliadas sobre un libro tan interesante y necesario como es el que comentamos.

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(El Peruano, Lima, 12 diciembre 1996).