Por: Jorge Bruce
El título de esta nota es, por supuesto, el del extraordinario diario de Julio Ramón Ribeyro. Por razones que ni yo me explico, recién lo he leído este fin de año. Acaso me detenía el temor a la nostalgia. Pues si bien este volumen se interrumpe en 1978, dos años antes de que nos conociéramos en París, fueron muchas las oportunidades en las que tuve el privilegio de conversar con Julio. Para ese entonces ya había pasado la época de pobreza que recorre buena parte de las páginas del diario, más no el cáncer, al que sobrevivió tantos años que desafían los pronósticos de la ciencia.
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► Descarga regalosTodos los viernes, un grupo de peruanos, relativamente jóvenes, nos dábamos cita en la oficina de JRR en la Unesco y salíamos a comer algo, tomar vino de Burdeos que generalmente era invitado por Julio y, sobre todo, conversar. Ribeyro era tan asombrosamente discreto que a veces era el que menos hablaba. Nos dejaba chacharear, mientras miraba con esa expresión entre comprensiva e irónica que era su marca de fábrica.
El diario, paradójicamente, suple con creces esos silencios y nos invita a compartir su intimidad de una manera que, sin embargo, nunca abandona el pudor y la elegancia. Uno de los tantos rasgos admirables es cómo no cede, pese a que no le alcanza el dinero para pagar las cuentas-a menudo le cortan la energía eléctrica, a otra tentación: la de volver a Lima y hacer carrera de abogado, pues estudió Derecho antes de irse a vivir a Europa. Todo el tiempo, sin embargo, se ve a sí mismo como un escritor mediocre, indigno de compararse con Vargas Llosa, Roa Bastos, Fuentes, Goytisolo, García Márquez, Donoso. En su prólogo, el gran escritor español Enrique Vila- Matas, comenta: "Parece una pérdida de tiempo esa amargura absurda de Ribeyro por llegar a creerse que no estaba a la altura de esas novelas de narradores sumamente omniscientes que algunos lectores de hoy percibimos ya un tanto monstruosas en todos los sentidos". Califica al diario como uno de los más fascinantes del siglo pasado.
En mi modesta opinión, lo es. Imposible terminar esta nota sin subrayar el paralelo entre el título del libro y la situación en la que nos encontramos los peruanos. Atrapados en un violento callejón sin salida, parecemos incapaces de organizarnos para salir juntos de esta. Ojalá sepamos, como JRR, prevalecer contra toda desesperanza: "Como barco que sale en busca del naufragio/levo anclas cada día para hacerme a la vida".
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