Entrevista a Jorge Luis Borges: “he cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz” - Julio Ramón Ribeyro

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30.5.22

Entrevista a Jorge Luis Borges: “he cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz”


"Cuando mi madre murió, sentí mucho remordimiento. Remordimiento de no haber sido feliz. No por mí. Uno debe ser feliz no por uno mismo, sino por las personas que lo quieren. ¿Qué me costaba simular la felicidad?", reflexionaba el escritor Jorge Luis Borges ante LA CAPITAL en una de sus visitas a la ciudad.


Entrevista realizada el 7 de setiembre de 1984 y seleccionada para el Suplemento 117° aniversario de LA CAPITAL


Por Marcelo Pasetti


– ¿Más o menos cuánto va a durar esto?


– Diez minutos aproximadamente…


– ¿Y cuántas preguntas serán?


– Diez.


– ¿Diez? Bueno. Está bien.


Eran poco más de las once de la mañana del 7 de septiembre de 1984 y las preguntas, sorpresivamente, comenzó a hacerlas él. Jorge Luis Borges volvía a Mar del Plata para ofrecer esa noche una charla en el Teatro Auditorium y en la casa de Susana López Merino -extitular de Cultura de la Municipalidad-, se disponía a conceder un reportaje a LA CAPITAL.

Aquella mañana Borges tuvo “compasión” por el joven periodista y aceptó que aquellos diez minutos pactados para la charla se multiplicaran por cuatro para ir de un tema a otro sin ningún tipo de reparos. La charla se desarrolló de la siguiente manera.


– En primer lugar, sería bueno conocer su opinión sobre la situación que está viviendo el país.

– Creo que estamos convaleciendo de una larga enfermedad, luego de tantos años. Pero quizás logremos la salud. Tenemos que tener esperanzas y no ser impacientes. Es casi una resurrección lo que se necesita y sobre todo desde el punto de vista ético. Eticamente… Hay que enseñar esa ciencia olvidada en este país. Pero creo que cada uno de nosotros le debe algo a la patria. Ustedes los jóvenes pueden hacer algo. Yo solo puedo profesar ese acto de fe. No puedo hacer ninguna otra cosa ya que políticamente no cuento, no estoy afiliado a ningún partido, no conozco a los políticos…


– ¿Este resurgir democrático puede producir algún tiempo de cambio en la literatura argentina?

-No, no creo que tenga nada que ver una cosa con la otra. La literatura siempre es libre.


– Usted dijo recientemente que tenía la convicción de que el peronismo era un mal perdedor y que si era necesario, se iba a aliar con los militares para dar un golpe…

-Espero haberme equivocado, pero siempre existe ese temor. Sin embargo, los militares han logrado desacreditarse de un modo tan universal y los peronistas felizmente están tan peleados entre ellos… Han hecho una campaña tan torpe y esperemos que sigan siendo torpes. Torpes y chambones.


-¿Cuál cree que es el camino, la solución como para que Argentina definitivamente salga adelante?

-Soy el único argentino que no tiene una solución prevista. Es una situación muy difícil. Y creo que solo podemos ayudar mediante un acto de fe. Pero creo también que si somos hombres éticos o si tratamos de ser éticos, terminaremos ayudando a salvar a la patria y, por ende, al mundo. Pero no tengo ninguna solución. Si me ofrecieran la suma del poder público, como a mi pariente Rosas, yo renunciaría inmediatamente. No entiendo de política. Entiendo, quizás, algo de literatura, no estoy muy seguro tampoco…


“No me gusta lo que escribo”


– ¿Así que usted no entiende de literatura ?

– No, no estoy muy seguro. A mí personalmente no me gusta lo que escribo. Yo me he resignado a lo que yo escribo. Pero eso no quiere decir que yo lo apruebe. Cuando era joven, quería ser Lugones, como toda la gente de mi generación y ahora he renunciado a esa misión y me he resignado a ser Borges, algo menor desde luego, pero soy yo.


– Otro tema del cual mucho se ha hablado es de la censura en las manifestaciones artísticas. ¿Puede decirse que toda censura es repudiable?

– Bueno, hay un caso en el cual fue útil: cuando prohibieron un filme absurdo que se llama “La intrusa”. Pero fuera de ese caso particular que me benefició a mí y a Christiansen, me parece absurda. Además, cada uno debe juzgar lo que quiere ver o lo que no quiere ver. Ahora, en este caso particular de “La intrusa”, introdujeron elementos del todo ajenos a mí. Por ejemplo, la homosexualidad y el incesto. Además, ese filme está lleno de gente nada friolenta, continuamente están desnudos y no se sabe por qué.


– ¿Cuáles fueron las personas que forjaron el Borges de hoy? ¿De dónde toma ese ímpetu, esa fuerza para escribir?

– Yo no sé si tengo fuerza para escribir. Yo corrijo mucho. Cada texto mío, por casual que parezca, presupone muchos borradores. Ahora, borradores mentales ya que he perdido la vista. Pero estoy continuamente planeando y revisando y limando borradores mentales.


“Cuando era joven quería ser Lugones, como toda la gente de mi generación, y ahora he renunciado a esa misión y me he resignado a ser Borges, algo menor desde luego, pero soy yo”, aseguraba en aquel reportaje realizado en 1984.


– Usted escribió alguna vez que toda obra intelectual es finalmente inútil…

– Sí, pero no me queda otro destino que mi destino de escritor, aunque no me gusta lo que escribo. ¿Pero qué otra cosa puedo hacer sino seguir escribiendo? Trato, desde luego, de olvidar el pasado, de mirar hacia el porvenir, de pensar en mis próximos libros… Por lo pronto, me he comprometido a escribir cien prólogos, tarea que me obliga a seguir viviendo algunos años más. Aunque he abusado ya de la longevidad. Hace pocos días cumplí 85 años y me avergoncé, desde luego. Mi madre cumplió 99 años y, cuando cumplió 95, me dijo “caramba, se me fue la mano”. ¡Estaba tan avergonzada! Sin embargo, murió a los 99 años con el temor de llegar a los 100, pero felizmente para ella no llegó, porque murió unos meses antes.




– ¿Por qué está usted avergonzado?

– Porque me parece que es abusar del tiempo.


– En el poema “Remordimiento”, usted dice: “he cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz”…

-Bueno, pero ese poema yo lo escribí a la semana de la muerte de mi madre. Yo pensé que me hubiera sido más fácil ser más bueno con ella. De modo que convendría que pensáramos en interlocutores mortales y que conviene ser buenos con ellos. Pero siempre nos olvidamos de eso. Cuando mi madre murió, sentí mucho remordimiento. Remordimiento de no haber sido feliz. No por mí. Uno debe ser feliz no por uno mismo, sino por las personas que lo quieren. ¿Qué me costaba simular la felicidad? No, más bien yo la abrumaba con quejas y malhumores…


-Y en cuanto a la felicidad, ¿qué balance puede hacer de su vida?

-Increíblemente, me siento más feliz ahora que cuando era joven. Cuando era joven, yo trataba de ser desdichado. Quería ser el príncipe Hamlet o Byron o algún personaje de novela rusa del siglo XIX y, en cambio, ahora no. Ahora sé que no es necesario buscar la desdicha, ya que la desdicha lo encuentra a uno. Pero uno puede lograr la serenidad que es quizás más importante que la felicidad. He cumplido 85 años, soy ciego, pero me siento fácilmente sereno. Cuando era joven no, me sentía muy inquieto. Pero es natural, porque un joven no sabe quién es, no conoce sus límites, cree que puede elegir su destino y ahora el destino ya me ha elegido. Mi destino es ser un hombre de letras. Un hombre de letras mediocre, pero un hombre de letras. ¿Y por qué no aceptar ese destino que no es menos rico que otros? Yo sigo proyectando y escribiendo y, eventualmente, publicando.


“Te vendo la memoria de Shakespeare”


– Abusando de su amabilidad y a propósito de las críticas que ha usted realizado al Martín Fierro en varios artículos, me gustaría saber… (interrumpe)

– No, yo no he criticado al Martín Fierro, he criticado el hecho que se lo lea como una epopeya, que se crea que el Martín Fierro es un ejemplo. Hernández quiso mostrar cómo la leva, el Ejército, convertían a los paisanos y, en el caso de Martín Fierro, en desertores que se pasan al enemigo, en asesinos, en borrachos… Lugones en el año 1915 dijo que el Martín Fierro era una epopeya, que el personaje era ejemplar y quizás muchos males de nuestra historia procedan de esa curiosa interpretación de Lugones. Creo que si hubiéramos elegido el Facundo como nuestro libro, quizás nuestra historia hubiese sido otra. Otra y, sin dudas, mejor.


– ¿Por qué le gustan tanto las novelas policiales?

– Me parece que la idea de un enigma que se resuelve intelectualmente es una idea interesante. Además, creo que un género que fue inventado por Poe y que fue cultivado por Dickens, por Chesterton y por tantos otros no tiene por qué ser censurado.


– ¿Y dónde nace ese amor por el mundo violento de este tipo de obras?

– Y quizás por el hecho de que mi vida sea todo lo contrario. Sin embargo, no sé: he sido contemporáneo de dos guerras atroces y, actualmente, la violencia se multiplica. Antes, había un asesinato por año o cada dos años. Ahora, todos los días hay crímenes atroces, de modo que la violencia está creciendo. Desde luego, me desagrada.


– ¿Se puede contar en qué está trabajando en estos momentos?

– Muchos trabajos. En primer término, un libro, “Atlas”, que publicará Editorial Sudamericana. Ese libro será de collage, de fotografías tomadas por María Kodama y textos míos escritos en diversas partes del mundo. Habrá textos de Japón, de Egipto, de Inglaterra, de Colombia, de Texas, de Francia, de Sevilla… Y ese libro será un atlas deliberadamente heterogéneo. Y, además de eso, tengo en preparación un libro de cuentos fantásticos titulado “La memoria de Shakespeare” y el tema me fue dado por un sueño, que soñé hace muchos años en Michigan, Estados Unidos. Un sueño muy intrincado del cual saqué, pude salvar una frase. La frase era “te vendo la memoria de Shakespeare” y, luego, resolví que aquello de vender no estaba bien, ya que no soy comerciante, así que puse “te otorgo”. No, porque era demasiado pomposo… “Te daré la memoria de Shakespeare” es la historia de un profesor alemán devoto de Shakespeare, como tantos alemanes, y a quien mediante una operación mágica le dan la memoria personal de Shakespeare, la memoria que él tuvo pocos días antes de su muerte en el año 1616. Y ese fue el punto de partida del cuento.


– ¿Ya lo terminó?

– Ya está escrito. No voy a contárselo, porque espero que usted compre un ejemplar del libro. Además, sería muy aburrido contar el cuento. Quizás lo defraude. Bueno, luego hay un libro de poemas también. Creo que serán publicados por Escalenas Editorial, en Madrid.


“Estoy listo para recibir la muerte”

– ¿Le teme a la muerte?

– No. A veces me siento un poco desdichado y pienso: “¿pero por qué me siento desdichado”? No puede estar muy lejos la máxima aventura de la vida: la muerte. Y eso espero, que la muerte me borre totalmente, pero si me equivoco y no me borra, bueno, emprenderé otra vida que no tiene porqué ser menos interesante que ésta, menos grata que ésta. Yo estoy listo para recibir la muerte, la anulación de la muerte, pero también una plenitud de la muerte, una continuación de esa aventura que, en suma, es una aventura feliz.


– ¿Cómo es un día en su vida?

– Por la mañana, suele venir gente a verme. Luego, suelo almorzar en casa y, a la tarde, trabajo, generalmente con María Kodama. Me acuesto temprano. Espero estar a las diez y media durmiendo y, como no puedo leer -por razones obvias- y no puedo escribir tampoco -ya que se me enciman las letras, por lo que no puedo leer lo que escribo-, estoy todo el día planeando cuentos, sonetos, poemas en verso libre, ensayos, lo que fuere. De modo que pueblo mi soledad con proyectos literarios. A mi edad, la muerte puede esperarme en cada esquina. Pero me he comprometido a escribir increíblemente cien prólogos, por lo que tengo que seguir viviendo algún tiempo para cumplir con ese compromiso. Por ejemplo, hoy tengo que vivir hasta esta noche en que voy a hablar ante ustedes, de modo que este día de vida me está asegurado.


“A veces me siento un poco desdichado y pienso: ¿pero por qué me siento desdichado? No puede estar muy lejos la máxima aventura de la vida: la muerte”, confiaba en la entrevista con LA CAPITAL. Falleció dos años después, el 14 de junio de 1986.


– Pero qué mejor que tener esos compromisos…

– ¿Qué otra cosa? Pensar en el pasado es enfermizo y, entonces, prefiero pensar en el porvenir, aunque en mi caso el porvenir, bah, en el caso de todos, el porvenir es dudoso. Es mejor vivir hacia adelante. Uno de los defectos de este país es que tenemos una de las más breves historias del mundo. Nuestra historia cuenta apenas dos siglos y, sin embargo, cada día es un aniversario. Uno no puede caminar porque hay tantas estatuas (risas). Está lleno de estatuas ecuestres, cada día es un aniversario y estamos continuamente recordando un pasado brevísimo y un pasado doloroso con las dos dictaduras, la de Rosas y la otra de cuyo nombre no quiero acordarme, y lo que ocurrió después y quizás lo que esté ocurriendo ahora todavía. Pero, en fin, tenemos que tratar de convalecer de nuestro pasado.


– Es un pasado oscuro, ¿no?

– Creo que sí. Recuerdo una frase que dice que “la historia es una serie de crónicas policiales”. Y es verdad.


– Cuando entré a esta casa para la entrevista, alguien me sugirió que no le preguntara nada sobre la juventud. ¿Por qué?

– Porque es demasiado abstracto. Soy incapaz del pensamiento abstracto. Me ha gustado mucho leer libros de filosofía pero no sé si he pensado algo por cuenta propia. Creo que no. He imaginado, he soñado, pero pensar, razonar, es algo muy difícil para mí.


Cuando aquella mañana del 7 de setiembre de 1984, recién arribado a la redacción, un prosecretario me dijo que en una hora debía entrevistar a Jorge Luis Borges -que había ofrecido una conferencia esa noche- me temblaron las piernas. Era conocido el cambiante humor del genial escritor, quien -no tengo dudas- percibió todos mis temores y, mágicamente, se prestó a una entrevista increíble, en aquellos primeros meses de la nueva etapa democrática.

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