¿En qué momento un autor se convierte en un personaje en sí mismo? En el caso de Ribeyro, parecen haber contribuido el uso del humor, cierta extraña melancolía, incluso su adicción al cigarrillo (que lo hacía lucir tan falible y, justamente por eso, un espejo en el cual mirarse).
Para Daniel Titinger, autor de un exhaustivo perfil del autor, “Un hombre flaco” (Universidad Diego Portales, 2014), Ribeyro genera en sus lectores una identificación particular, que va más allá de la simple admiración literaria. Él dice:
Hay escritores que forman parte de nuestra educación sentimental: los leemos y los queremos; los sentimos amigos, cómplices. Ribeyro es, quizá, el mejor ejemplo en el Perú. Bryce puede ser otro. Cuando esa magia ocurre, la vida del escritor –sus pasiones, secretos, manías– nos interesa tanto como su obra. Ser ribeyriano es casi una religión: el lector quiere confirmar que esa intimidad originada en la literatura traspasa la literatura. Con Ribeyro sucede que cada vez se hace menos anónimo en el mundo y su legión de feligreses crece. Él, además, se encargó de perfilarse a sí mismo en cada cuento, en cada prosa, en cada entrada de su diario. Yo no diferencio la ficción de la no ficción porque para Ribeyro todo fue parte de lo mismo.
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