Una interesante reflexión de Julio Ramón Ribeyro sobre la filiación que siente con algunos autores en especial con Franz Kafka. Redacción extraída de sus diarios: "La tentación del fracaso" - 1972
Frases como «familia espiritual me eran hasta hace poco sospechosas y no les había otorgado yo ninguna importancia. Pero a medida que vivo me doy cuenta de que tales filiaciones existen y que de pronto, sin el concurso de ningún intermediario cultural, racial o político, uno se encuentra pensando las mismas cosas que un hombre que vivió en un país lejano hace pocos o muchos años.
Eso me ocurre con Kafka, con Svevo, con quienes no tengo ninguna relación, pues ellos son de origen semita y europeo y yo un epígono de viejas familias europeas emigradas a América mezcladas con autóctonos. Leyendo a Svevo he tenido la impresión de estar leyendo mi propia obra, no la que ahora escribo sino la que debí escribir si hubiera nacido en Trieste hace setenta años.
Con Kafka, a pesar de las cosas superficiales que han dicho algunos críticos, y que versan sobre asuntos formales o ambientales, hay otro canal de contacto, que va mucho más lejos y que debe anotarse en el capítulo de una misma hermandad espiritual, esa hermandad de la que habla Proust y que no tiene nada que ver ni con la ideología ni con la biografía, una hermandad en suma que se integra en el orden de la sensibilidad, sin que para expresarse esta hermandad utilice los mismos símbolos.
Kafka es mi hermano, siempre lo he sentido, pero el hermano esquimal, con el cual me comunico a través de señas y ademanes, pero entendiéndonos. Así como me comunico con Flaubert, odiándolo como si lo conociera y discutiendo a muerte con él, y con Rabelais, a quien con toda razón no podría soportar.
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