Lunes 12 de diciembre de 1994, Lima amanecía aún sentida por la ausencia del mejor cuentista de Latinoamérica, ese que supo describirla, amarla y disfrutarla, que dejó en sus libros su alma, que la llevaba en su corazón como una insignia que le recordaba su pasión y tenacidad por el oficio que había elegido, oficio que dejaría una obra inmortal que año tras año se haría más grande. Esa mañana "El Peruano" le recordaba a Lima, al Perú y a sus lectores que Ribeyro empezaba su etapa de inmortalidad y que esa insignia en su corazón brillaría y seguiría conquistando lectores y reclutando hinchas furiosos de su vida y de su obra.
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