Arístides era a sus cuarenta años un hombre solo que vivía en un pequeño departamento en Miraflores. Era un hombre que porque creerse fracasado se abandonaba en su aspecto y en su cuidado. Frecuentaba los cines de barrio y caminaba sin rumbo. Así una noche llego al malecón y camino por sitios solitarios, hasta que, cerca de la medianoche encontró un café con una gran terraza llena de macetas. Tras el mostrador estaba una mujer gorda que lo miro con complacencia, ingreso y se sentó. La mujer se acercó a atenderlo ya no había personal.
Luego de varias copas, cigarrillos y de bailar música suave, la mujer le comunico que ya era hora de cerrar. Arístides con sorpresa para él mismo anuncio que se quedaba, la mujer acepta mientras guardaba las cosas con lentitud, la mujer le comunica que hay que guardar las mesas para que no se las roben.
Arístides empezó el trabajo de guardar ceniceros, sillas y mesas con gran dolor en los brazos y piernas. Al terminar, al disponerse a entrar en busca de un trago que lo reanimara escucho a la patrona decir que faltaba el gigantesco macetero. Cuando con gran esfuerzo llega a la puerta la encuentra cerrada y a la mujer negándose a abrir. Esperando que la mujer desista de su negación y al no conseguirlo, Arístides estrello el macetero contra el suelo, mientras sentía una enorme vergüenza y sus ilusiones rotas.
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