En sus primeros años de residencia en París, Julio Ramón había conseguido que la importante editorial Gallimard tradujera sus cuentos al francés. Se sentía muy contento y ansioso por ver aquel primer libro en la lengua de Flaubert, y, bueno, este no tardó en llegar a sus manos, pero su alegría duró los pocos segundos que nos toma echar un vistazo a la tapa y contratapa de un nuevo volumen. La editorial había cometido un grave error: equivocó la foto del autor. En vez de su rostro, imprimió el retrato de un individuo de raza negra, un escritor africano de idioma portugués que tenía su apellido. Julio Ramón se quedó helado. Por varias horas, según me dijo, permaneció escondido en su casa, angustiado y sin saber qué hacer, en la más triste y lastimosa soledad.
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Para entender esta reacción, este pantano de inquietudes e incertidumbres, no hay que olvidar que Julio era una persona retraída y muy respetuosa de las formas, de los buenos modales. Enfrentado a aquella desazón, tan absurda y embarazosa, no sabía de qué manera quejarse. Por ejemplo, dudaba entre llamar por teléfono o acudir personalmente a la editorial, y dudaba incluso del tono de voz en el que debía reclamar.
Padecía esos desgarradores trances que solo sufre la gente tímida: rigidez muscular y ataque de pánico. Lo que más temía era ser malinterpretado, porque su protesta podía pasar por racismo. Y estuvo a punto de resignarse a que ese señor, el desconocido negro de la foto, fuera el Ribeyro de sus cuentos. Pero al final, haciendo fuerza de flaquezas, se atrevió a visitar la editorial y, entre balbuceos, deshaciéndose en disculpas, pidió que, por favor, si es que no era molestia, corrigieran el error.
- Fernando Ampuero
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