Ribeyro cumple 92 años este 31 de agosto (2021) y sus diarios no son ajenos a la fecha de su cumpleaños, siendo aquellos días en algunos casos solitarios y melancólicos, otras con celebraciones, poco acertadas, y con un desencanto invencible.
La fecha del 30 de agosto de 1975 es especial por el acontecimiento político que ocurrió, el general Velasco había sido depuesto por el general Morales Bermúdez, evento que Julio Ramón Ribeyro presagiaba cargado de consecuencias desastrosas, ya que se encontraba gravemente enfermo y endeudado, temiendo quedarse sin trabajo, sin recursos y abandonado en París.
El día de Julio Ramón Ribeyro transcurre en torno a esa noticia que lo agobia.
Anoche me animé a salir, después de diez o doce días de encierro, cediendo a una invitación a cenar de Chariarse, sin imaginar el sombrío epílogo que tendría la jornada, sombrío para mí, quiero decir. La cosa empezó muy chariarzanamente, con una cita en La Coupole, adonde llegó naturalmente tarde para pedir la única bebida que no tenían: una sidra. Luego fue la marcha hacia el restaurante que le habían recomendado, en cuya ruta abordó y recolectó a una extraña mujer que parecía drogada. Esta nos abandonó, por suerte, al llegar al restaurante, que para indignación mía era un restaurante vegetariano. No había nada que beber, aparte de jugos de legumbres, y la comida que no dudo es muy saludable no me tentó en absoluto, limitándome a pedir una ensalada de tomates. Leopoldo en cambio, que adora el régimen vegetariano, no solo se dio un banquete, sino que entablo relación con todos los comensales de nuestra mesa, un adicto al yoga como él, una estudiante argelina, otros extraños sujetos que estaban unidos por un fanático espíritu de secta basado en la austeridad y la abstinencia, al punto que una de las vegetarianas quiso impedirme fumar en la mesa. Al final recolectamos a la argelina y la acompañamos hasta su casa en fatigosísima caminata. Paso por alto la cantidad de personas que Leopoldo encontró en su camino y a quienes distribuyó prospectos de su curso sobre yoga. Lo cierto es que a medianoche estuvimos al fin solos otra vez en La Coupole y pudimos tener una conversación interesante y fecunda, en la que volví a apreciar su sentido de la improvisación y el dinamismo sin fallas de su discurso mental. Convinimos en que tanto por los caminos de la reflexión occidental como de la meditación oriental se podía llegar al mismo lugar: el ámbito de la renunciación, de la serenidad y de la sabiduría. Una hora más tarde, estando ya a punto de meterme a la cama, me llama por teléfono para anunciarme que el general Velasco había sido depuesto por el general Morales Bermúdez, según le acababan de avisar. Algún mecanismo de defensa debió funcionar en mí. Pues di la noticia por no recibida y apagando la luz me quedé inmediatamente dormido.
Pero hoy es diferente. Y veo en toda su magnitud las consecuencias desastrosas que puede tener para mí este hecho político. Estando gravemente enfermo y acribillado de deudas, se abre ante mí la perspectiva de quedarme sin trabajo, sin recursos, abandonado en París y lo que es peor con familia, pues si no la tuviera el asunto no me causaría mayor preocupación. Solo me he bandeado durante años sin tener un céntimo, pero es verdad que era joven, estaba sano y podía trabajar en lo que fuese. Naturalmente que estoy tal vez prejuzgando. Yo parto del hecho de que sea perentoriamente separado de mi cargo, debido a que mi amistad con Velasco es conocida y a que obtuve mi actual puesto por su mediación. Y parto también del principio de que la orientación del nuevo gobierno sea tan notoriamente reaccionaria que tenga que renunciar a mi situación. Pero sobre esto último carezco de información. Los datos que he podido recabar hoy en diarios, agencias de prensa, llamadas telefónicas son bastante confusos y no me permiten formarme aún una idea de lo que exactamente ha pasado. Como le dije esta mañana a Alida, que me llamó alarmada de Capri, habrá que esperar unos días para tomar una decisión y sobre todo no precipitarse.
Faltan apenas dos horas para el 31 de agosto, día en que cumpliré cuarenta y seis años. He puesto en el fuego a cocinarse unos tallarines, lo único que encontré después de husmear por la cocina. Magra cena conmemorativa. Y solitaria además, como me ha ocurrido otras veces y como me gusta además. Y me encuentro muy tranquilo a pesar de las malas noticias, de las deudas, enfermedades y otros problemas. Como pensaba ahora en el balcón, no estoy realmente apegado a nada, todo pueden quitarme y a todo puedo renunciar, salvo a tres cosas: mi hijo, mi mujer y mis papeles. El resto lo regalo, aunque no sea mucho: libros, discos, ropa, unos cuantos muebles, cuadros de amigos. Es sobre todo mi pequeña familia lo que me preocupa y tiemblo ante la sola idea de que puedan sufrir.
Mi mejor regalo en este aniversario ha sido la buena noche que pasé, habiéndome despertado solo dos veces, sin náuseas ni ardor. Mañana dominical dedicada al trabajo, pues al fin logré pasar en limpio mi cuento ‘Terra incógnita’ que terminé hace diez días. Probablemente necesite una tercera copia, pero recibí carta de mi editor que me urge para que le envíe el tercer volumen de ‘La palabra del mudo’, lo que me obligará a concluir rápidamente otros relatos comenzados y dejar sin pulimento los ya listos. Escuchando a Sidney Bechet, espero a Leopoldo que viene a almorzar.
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